La Iglesia nace en Pentecostés con la venida del espíritu Santo. Aquella mañana, cuando estaban todos en oración, recibieron el don de lo alto, entregado por Jesús, tal como lo había prometido. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, recibieron el poder divino que los convirtió en valientes testigos del Señor. Así nació la Iglesia como comunidad de fe y seguimiento en Jesucristo, animada por el Espíritu Santo, en camino hacia el Padre; una comunidad viva, unida, orante, dinámica, abierta, desprendida, generosa, misionera; ese cambio inesperado, esa novedad, esa vida nueva en comunidad fue obra del Espíritu Santo.
Esta efusión del Espíritu Santo, como un “permanente Pentecostés”, se sigue experimentando en la vida de la Iglesia, porque Pentecostés es siempre: es el clima natural -o mejor, sobrenatural- en que vive la Iglesia. En la Iglesia estamos urgidos de vivir un “nuevo Pentecostés” que renueve a la iglesia, los obispos, sacerdotes, religiosos, consagrados y en general a todo el pueblo de Dios. Necesitamos una nueva efusión del Espíritu Santo que nos dé la capacidad de presentar la novedad del Evangelio a una sociedad cambiante. En la Iglesia necesitamos un auténtico “Pentecostés personal y comunitario” que nos lleva a vivir mejor nuestra fe en Cristo, a ser mejores testigos de la resurrección, a comunicar mejor al mundo la alegría del evangelio.
Padre Javier Riveros, CJM (Director Emisora Minuto de Dios Bogotá y Medellín)
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