Muchos son llamados, pero pocos somos los que decidimos estar a los pies del maestro. Jesús siempre nos está invitando a que respondamos de manera contundente y radical ante las propuestas de nueva vida que Él nos hace. El camino del Señor es un camino lleno de alegría, de buenos momentos y de felicidad, aunque llegan momentos a nuestra vida que tienden a ser oscuros, Dios en su infinito amor nos recuerda que siempre está con nosotros y también nos lleva a entender que es a sus pies donde entendemos la plenitud de la vida.
La alegría va de la mano con la santidad, bien se ha dicho por ahí: no hay santo triste, porque sería un triste santo. Dichas palabras nos iluminan a comprender la profundidad de la relación con Dios. Un Santo es un hombre o una mujer que no son perfectos, que han sido amados por Dios y que se han dejado amar por Él. Fueron pecadores que tuvieron el encuentro con el Creador y han sido santificados.
Los santos son bienaventurados y se convierten en un modelo para imitar y superar, en ellos siempre prevalece la cercanía con el Señor sin importar el momento, el lugar, el contexto o el suceso. Las bienaventuranzas las podemos aplicar a la vida de los que han querido tener un encuentro más cercano con Dios y es desde su experiencia de fe han logrado consolidar un espíritu humilde que deja que Dios obre y los enriquezca.
Es válido cuestionarnos si realmente queremos ser santos, la llamada es constante por parte de Dios y en el momento en el que decidimos aceptarla nos abrimos a Él, somos transformados y purificados por el Señor