Agua para lavarnos las manos
A las siete de la noche, en aquella casita campesina, rezaron el rosario, sentados en burdos broncos de madera. Ya el viejo se había fumado en silencio su tabaco, y la señora, con su hija mayor, había lavado los platos de barro cocido. Eran ocho por todos: los dos “viejos” y, ¡seis hijos! Cuatro muchachos…
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