El valor de la predicación en Evangelii Gaudium

La evangelización, entendida como el anuncio de Cristo de manera explícita y directa, como señala el papa Pablo VI en la exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi de 1975 (EN 17) en el que enfatiza: “Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad” (EN 18).

El papa Francisco en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium tiene la intención de mostrar “una nueva etapa de la evangelización” (EG 1), que encuentra una fuerza importante en la alegría como un elemento para conducir a renovar el encuentro personal con Jesucristo. En este propósito, la predicación ocupa un lugar destacado, ya que de ella se habla, con distintos acentos, en 82 ocasiones.

La tarea fundamental de la predicación está unida íntimamente al encuentro personal con Jesucristo resucitado y al envío que realiza para los discípulos, como los muestran los cuatro evangelios y el testimonio paulino en 1 Cor, y marcado por el punto de partida la mañana en que el Espíritu Santo llega a toda la comunidad de discípulos en Jerusalén el día de Pentecostés (EG 19.21). De la experiencia fundante de la pascua de Jesucristo y plenificada por la efusión del Fuego de Dios, surgen unos valores de la predicación. Se señalan a continuación algunos ejemplos.

A. La predicación debe ser fiel al Evangelio, que invita “a responder al Dios amante que nos salva” (EG 39). Este valor conduce a fortalecer los criterios para tener los criterios que ayudan a considerar los elementos de reforma de la Iglesia, pues estarían marcadas por la misericordia divina (EG 43). Con la afirmación de Galli (2014, 50) sobre la actividad del papa Francisco, señalando: “la Iglesia conciliar vive el tiempo de la misericordia de Dios que, en Cristo, se nos ha aproximado para cuidar y curar las heridas de la humanidad doliente”, se puede constatar que la predicación es una manera de acercar la ternura del Padre a través de las palabras y acciones de los predicadores.

B. La predicación debe ser presentada con alegría y esperar con paciencia la respuesta de los hermanos que escuchan la proclamación explicita de Jesucristo como Señor (EG 1. 8.38.110.128). La evangelización en general y la predicación en particular está cargada de gratitud cordial que transforma al predicador en una persona alegre, como señala Galli (2017, 8): “es una alegría misionera marcada por la dinámica del don”, que se convierte en signo del Evangelio que da su fruto (EG 21).

C. La predicación se desarrolla de manera cotidiana, porque se anuncia a Jesucristo a los cercanos y a los desconocidos, de manera formal e informal, en lugares cerrados, íntimos y abiertos, y siempre con respeto y amabilidad, en clave dialogal y solidaria (EG 127.128). Ros García (2018, 379) muestra el doble movimiento que se realiza en la predicación: “de la experiencia a la necesidad de comunicarla, y de su comunicación a la profundización de la misma experiencia”.

D. La predicación rescata el valor de la persona y lo conduce a descubrir su dignidad como hijo de Dios, que llega a todos con un mensaje de libertad (EG 43.128), respetando el contexto personal y social, porque se utilizar el lenguaje cotidiano, ya sea con el testimonio personal o con una breve oración. Se debe tener en cuenta que la exhortación apostólica “denuncia las tentaciones de los evangelizadores”, pidiendo que se superen las quejas y las caras avinagradas (EG 85), porque se pueden degradar en pesimismos haciendo que algunos se puedan convertir en “profetas de calamidades” que se alejan del dinamismo transformador del Evangelio (EG 86).

E. La predicación respeta la diversidad cultural, porque se adapta a las diversas culturas del mundo, mostrando a Jesucristo con los valores propios, de manera que, “no se impone una determinada forma cultural” (EG 117.129), sino que se reconocen las múltiples riquezas de anunciar el Evangelio bajo la dirección del Espíritu Santo. Los predicadores contribuyen a construir la cultura del encuentro, donde se busca la unidad, conservando las particularidades (EG 236).

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