Jesús enseña a sus discípulos su sueño consiste en ellos sea identificarlos por la manifestación de un amor oblativo, así que vamos a realiza la lectura del santo evangelio según san Juan 13,33-35, donde el amor recíproco de los discípulos de Jesús es visto bajo la luz radiante del amor primero del Maestro:
33 «Hijos míos, me queda poco tiempo de estar con ustedes.
Ustedes me buscarán,
pero ahora les digo lo mismo
que les dije a los judíos:
que ustedes no pueden ir adonde yo voy.
34 Les doy un mandamiento nuevo:
que se amén los unos a los otros;
así como yo los he amado,
así deben amarse entre ustedes.
35 Todos conocerán que son discípulos míos en una cosa:
en que tengan amor los unos a los otros.»
La tristeza de la separación, v.33
«Hijos míos, me queda poco tiempo de estar con ustedes»
Después de la salida de Judas del cenáculo se realiza cambió el panorama: Jesús y los discípulos se turbaron de tristeza (14,1) con el anuncio final de la partida del Maestro: “me queda poco tiempo de estar con ustedes” (13,33).
El Maestro Jesús permanece en medio de su comunidad y acompaña a sus discípulos, señalando: “Cuando yo estaba con ellos, yo cuidaba en tu nombre a los que me habías dado”. Ahora debe despedirse de ellos y avanzar hacia la muerte y glorificación del Padre.
Los discípulos tendrán que hacer su propio camino (Jn 13,33b), que se comprenderá en otro momento, como el diálogo con Pedro en Jn13,36; 21,18-19. De manera que, vemos una despedida momentánea, pero que redundará en una nueva relación plena y eterna entre Jesús y la comunidad de discípulos.
Nos podemos ver abocados a momentos en que nos sentimos solos y abandonados por Jesucristo, pero es momentáneo, porque después vendrá una gran experiencia de comunión con el Maestro.
Un mandamiento nuevo, v.34
Jesús da a sus discípulos el mandato del amor: “que se amén los unos a los otros; así como yo los he amado” (13,34). Se recogen todas las tradiciones en un amor oblativo, es decir, de entrega para el crecimiento de los hermanos de comunidad.
Cada uno de los discípulos ha sido amado fuertemente por Jesús y ellos se han dejado amar por Él, para vivir la transformación de siervos a amigos y de amigos a hermanos, porque somos hijos de Dios.
Jesús presenta “un mandamiento nuevo” (13,34). Está en consonancia con el mandato: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lev 19,18). Pero ahora tiene un componente nuevo: el ejemplo existencial de Jesús: “así como yo los he amado”.
El amor de Jesús por sus discípulos, y por nosotros, se manifiesta en sus palabras, actitudes y comportamientos, y se manifestará plenamente en la cruz, donde todo su amor se hace entrega total para salvar del pecado y de la muerte.
Debemos amar a la manera de Jesús, en la aceptación de cada persona, la gran capacidad de perdonar, ayudando al crecimiento y realización de los demás. Todo esto requiere una gran entrega, como la que realiza Jesús por nosotros.
De esta forma se revelará que Jesús está vivo y presente en medio de sus discípulos. En su forma de amar, cada uno le hará presente Jesús a su hermano. La característica más importante de Jesús es el “amor” y su presencia resucitada en la comunidad se verifica precisamente en este punto.
Un amor revela a Jesús Resucitado, v.35
El sueño o anhelo de Jesús se puede ver en la afirmación: “Todos conocerán que son discípulos míos en una cosa: en que tengan amor los unos a los otros”. El Maestro ha mostrado el amor del Padre en un vaciamiento de sí mismo para desbordarse en todos los seres humanos, para que asuman su dignidad de hijos de Dios. Es un amor que ofrece vida a todos los que se abren a recibir su divinidad.
Los discípulos de Jesús deben establecer relaciones interpersonales atravesadas por el amor, impregnadas se su oblación y cristificadas, para constituirse en testigos del Resucitado. El amor de Jesucristo manifestado en la comunidad de discípulos se constituye en el principal atractivo a ella, pues se convierte en sacramento de salvación y espacio de realización personal.
La comunidad de los discípulos permanecerá como una lámpara siempre radiante ante el mundo. El amor recíproco al interior de ella será el reflejo de la relación aún más estrecha que sostiene con Jesús. La vida de la comunidad se convierte así en un anuncio vivo de la presencia del Resucitado en el mundo.
Conclusiones
La comunión viva de la Iglesia nos hace testigos pascuales. ¡Amar! ¡Amar! y más ¡Amar! a todos según la praxis de Jesús, es la clave. Como bien decía san Juan de la Cruz:
“Mi alma se ha empleado
y todo mi caudal en su servicio:
ya no guardo ganado
ni ya tengo otro oficio,
que ya sólo amar es mi ejercicio”
(San Juan de la Cruz)
Manuel Tenjo Cogollo
Magíster en Teología. Director de ESCALAR