En los Evangelios encontramos que el Espíritu Santo ha sido derramado por el Padre en el Hijo, en la escena que vemos en el Jordán se nos confirma que él es Mesías, el que muchos pueblos esperaban. Sin embargo, esto no sucede porque Cristo no viviera la plenitud de la comunión con la trinidad, por el contrario, es un signo visible que hace el Creador para que todo aquel que desea seguirlo, siga a su Hijo y así pueda estar en plenitud de alma, cuerpo y espíritu para con los designios del Padre.
El bautismo:
El bautismo es la puerta que nos vincula al misterio de Cristo, este nos hace partícipes de su pasión, muerte y resurrección y nos regenera para que seamos capaces de anunciar la misión al mundo. Sumado a esto, nos vincula a la comunidad que es la Iglesia y nos plenifica en la unción del Espíritu Santo para vivir en comunión con la santísima trinidad. Es por esto que todos los que han sido bautizados están llamados a vivir en los preceptos evangélicos, partiendo de la humildad y sencillez con la cual Jesús vivió en su tiempo, entendiendo que este camino no es sencillo y que implica morir a sí mismo:
La cruz:
Aunque en la mayoría de los casos no se pierde la vida por la fe, Cristo nos invita a que seamos capaces de llevar nuestra cruz, es decir, nuestros problemas, nuestras dificultades, debemos llevarlos con valentía y esmero. Teniendo presente que el camino del ser cristiano no es fácil pero aun así debemos llevarlo, porque este es el único que asegura al hombre la vida eterna. Pedir a Dios la gracia de su amor y la fortaleza para acompañar y guiar el día a día es labor del hombre y el Señor en su gran misericordia nos escucha.