«Vale más ser paciente que valiente; vale más dominarse a sí mismo que conquistar ciudades.» – Proverbios 16:32 (BDH)
El arte de comenzar por dentro
Toda transformación verdadera comienza en el corazón. No se trata de cambiar primero lo que está afuera, sino de mirar hacia adentro, donde nacen nuestras intenciones, palabras y acciones. Dominarse a uno mismo no significa reprimir lo que sentimos, sino aprender a reconocer, guiar y elevar nuestras emociones y pensamientos hacia lo que agrada a Dios.
San Juan Eudes hablaba del “corazón nuevo”, modelado según los Corazones de Jesús y María. Para él, la vida cristiana consiste en dejar que Cristo viva y reine en nosotros, lo cual exige purificarnos de todo lo que nos domina: la ira, la impaciencia, el orgullo, la vanidad, o el egoísmo.
El combate interior
Cada día enfrentamos muchas batallas, algunas visibles, pero la mayoría ocurren en lo profundo del alma. Luchamos por no responder con dureza, por no dejarnos arrastrar por pensamientos negativos, por mantener la calma en momentos de tensión. Estas pequeñas victorias -cuando dominamos nuestras reacciones- nos van haciendo más libres.
El dominio propio no es para enorgullecernos, sino para amar mejor. Cuando estamos en paz interior, somos más capaces de escuchar, servir, perdonar y orar.
Como dice San Pablo: «Todo me está permitido, pero no todo es conveniente. Todo me está permitido, pero no dejaré que nada me domine.» – 1 Corintios 6:12 (BDH)
Una práctica espiritual diaria
Vivir con dominio propio implica una vigilancia constante. ¿Dónde andan mis pensamientos? ¿Qué palabras salen de mis labios? ¿Qué actitudes están guiando mis decisiones?
Una rutina sencilla para cultivar esta virtud podría ser:
- Al despertar, ofrecer el día al Señor: “Que no sea yo quien viva, sino Cristo en mí.”
- Durante el día, hacer pausas breves para respirar y recordar la presencia de Dios, especialmente en momentos de tensión.
- Al final del día, revisar con sinceridad nuestras reacciones y pedir la gracia de mejorar, sin juicio ni culpa.
Para meditar y orar
Señor Jesús,
enséñame a gobernar mi espíritu.
Que no reaccione por impulso ni me deje llevar por la ira.
Hazme paciente, humilde y dueño de mí mismo,
para que seas tú quien obres en mí.
Amén.
Jhon Angulo