En la tercera carta de Juan, capítulo 4 nos resalta que para Dios no hay mayor alegría que sus hijos sean fieles y obedientes. Ser obedientes al Señor no es seguir órdenes sin inmutarse, es entender que Dios tiene algo planeado para nosotros y que estamos invitados a cumplir su voluntad. Al aceptar lo que quiere para nosotros, debemos ser alegres, ser nobles y anunciadores de la verdad.
Dios es un Padre lleno de amor y misericordia para toda la humanidad, Él nos ha creado y moldeado según su voluntad. Día a día nos brinda lo justo y necesario para poder trabajar por su Reino, nos dotó de inmensas capacidades para hacer el bien y nos recuerda que debemos amar al otro de manera desmedida. Dicha tarea no resulta fácil, es complicado cuando se debe dejar de lado la voluntad, el ego y el bienestar propio por el bienestar del otro.
Jesús nos ha dado un mandamiento que engloba toda la voluntad del Padre: Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. 1 Jn 4,7. Dicho mandamiento se cumple con la ayuda del Espíritu Santo y es que no podemos dejarnos llevar por la asechanza del maligno. Debemos crecer en la verdad, buscando fortalecer nuestra mente y nuestro corazón en el Señor.