¡Cristo, Señor mío! Es bello creer en Ti. Tenerte con seguridad absoluta como a una infinita Persona viva que cubre toda la vida, que cubre el universo, que envuelve toda la historia.
¡Cristo, Señor! Es bello estar anhelante y es bello también estar triste por no amarte y por caer en el pecado periódicamente.
¡Cristo, Señor mío! Toma posesión de todos los hombres que te buscan, irrumpe en el mundo, que el mundo sienta que tu eres verdad, que el mundo no pase su historia sin Ti Entra en nuestra vida. Que todo no sea un simple anhelo, que no se vaya todo en lejanía borrosa y en simple expectación.
Que Tú seas para todos los que leen estas páginas, una adorable, cercana e inmensa persona que penetra toda la vida, y la embellece, la ilumina, la conduce y la empapa.
¡Cristo infinito y real! Más real que cualquier realidad material. Irrumpe en nuestra vida. No te mantengas siempre en el absoluto invisible, en el ámbito de lo que nunca se siente en la vida.
Haz que el mundo cristiano moderno se estremezca con tu presencia y se rinda a Ti y se convierta al amor, a la fe y a la santidad.
Que este sea el fruto de la Renovación Carismática. Que todos los centenares miles de hombres que están en la Renovación Carismática, que no estén siempre buscándote y nunca hallándote, siempre sintiendo el corazón latir por Ti y nunca estando en la absoluta intimidad, en la absoluta cercanía, y nunca teniendo la perfecta experiencia y la absoluta posesión de Ti.
Cristo el amado, el esperado, el invisible, el cercano, el único, el que va a ser el todo del hombre.
¿Cómo es posible que el hombre tenga la trágica capacidad, durante su vida, de que Tú no seas nada para él?
Que bello es estar en Ti, estar seguro de Ti, a pesar de que nada nos habla claramente de Ti, a pesar de que no se oye tu voz, a pesar de que sólo se escuchan las voces triviales del mundo.
Apodérese usted de Cristo como de un tesoro. Deje que Él se apodere de usted. Formemos el grupo de los rendidos a Cristo. Enriquezcamos la Iglesia católica con una devoción fervorosísima y continúa hacia Jesucristo.
Esta devoción es lo más primordial que tiene la Iglesia; devoción que brotó en Pentecostés, que caracterizó a todos los siervos de Dios.
Qué cosa tan deseable es el amor hacia Jesucristo. Qué cosa tan definitiva, tan seria, tan dulce, tan exigente, tan purificante, tan transformadora.
Todas las mañanas tenga usted un rato intensísimo en que se envuelva en el amor a Jesucristo.
Frecuentemente en el día conduzca su pensamiento hacia Él. Él empezará hablarle a usted y a exigirle.
Empezará usted a ser súbdito de Él en todos los instantes. Él será para usted el Señor definitivo de su vida, será su Rey.
Usted será esclavo amante de Cristo, el servidor, el obediente.
Ya no será Jesús el perpetuamente deseado y nunca hallado. Será la más poderosa, la más efectiva realidad de nuestra vida.
Esta es la obra del Espíritu Santo en un corazón. Después vienen los pasos inauditos de la intimidad, de la entrega y del absoluto rendimiento.