El ser humano necesita de los demás para comprender si está yendo por el camino correcto o si por el contrario está lejos y distante de lo que quiere llegar. Muchas veces, el punto de comparación está enfocado en los demás, cuando se mira a sí mismo, se puede correr el riesgo de que se auto engañe. Creyendo así, que se está obrando de una forma positiva, pero esto puede distar de la realidad.
La importancia del otro:
Aunque hoy en día es muy fácil compartir contenido, mantener una conversación con los demás, no resulta del todo fácil evaluarse a sí mismo. Es por esto por lo que se necesita de la mirada del otro, que ayude a evaluar las acciones que tomamos frente a la vida. Quizás, una de las razones para no abrir el corazón puede ser el miedo a ser juzgado o a no ser comprendido. Sin embargo, este temor o fragilidad puede resultar como una herramienta que realza lo mejor del hombre, ya que, dándole la autoridad al Señor, se llega a fortalecer estos aspectos y Jesús mira al hombre con ternura y le ayuda a crecer.
El acompañamiento espiritual:
Quizás, en muchos de los casos se ve solo lo negativo del momento, se vive en sombras que no permiten vislumbrar el panorama. Sin embargo, un acompañante espiritual puede ser la persona que aporte luz en medio de la oscuridad. Esto resulta provechoso y en la mayoría de los casos se invitaría a todos los que desearan vivir de mejor manera a buscar los medios para no llevar las pesadas cargas en soledad.
La responsabilidad propia:
Si bien es cierto, el acompañante espiritual es la persona que está ahí, de manera permanente no viene a reemplazar al Señor, ni a distancia a la persona de su realidad, por el contrario, debe ser una persona que conozca del acompañamiento pastoral, que viva la experiencia de la caridad perenne y que también tenga gran docilidad al Espíritu Santo.