Cada día es un regalo que pasa muchas veces desapercibido. Nos levantamos, respiramos, comemos, trabajamos, compartimos con otros… y quizás olvidamos que detrás de cada instante hay un Dios que nos sostiene con ternura. Dar gracias es mucho más que decir unas palabras: es reconocer que todo lo que somos y tenemos viene de las manos amorosas del Padre.
Dar gracias a Dios hoy es detenerse en medio del ruido para mirar con ojos nuevos lo que tenemos alrededor. Es reconocer que, aunque haya problemas, también hay motivos para sonreír: la salud que se mantiene, la familia que acompaña, los amigos que sostienen, la fe que ilumina, el perdón que sana y la esperanza que no muere. Cada día, aun el más sencillo, está lleno de pequeñas bendiciones que se convierten en señales del amor de Dios.
A veces pensamos que solo debemos agradecer cuando todo va bien, pero el verdadero corazón agradecido aprende a dar gracias también en medio de las pruebas. Porque en las dificultades Dios no se ausenta, sino que se hace más cercano. Nos enseña a confiar, a crecer, a madurar, a mirar más allá de lo que se ve. Dar gracias en medio del dolor es reconocer que incluso allí Dios está obrando algo bueno.
Hoy, al preguntarte “¿por qué das gracias a Dios?”, tal vez descubras más motivos de los que imaginabas. Tal vez recuerdes un abrazo, una palabra oportuna, una puerta que se abrió, una oración escuchada, una oportunidad inesperada. Todo eso es Dios actuando silenciosamente en tu historia.
El agradecimiento transforma el corazón. Nos libra de la queja, nos abre a la alegría y nos enseña a valorar lo que realmente importa. Un corazón agradecido es un corazón lleno de paz. Por eso, hoy más que nunca, haz una pausa, mira al cielo y di desde lo más profundo: “Gracias, Señor, por la vida, por lo que soy, por lo que tengo y por lo que aún estás haciendo en mí.”
“Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para vosotros en Cristo Jesús.” (1 Tesalonicenses 5,18)



