San Luis Bertrán: El apóstol de dos mundos

Cada 9 de octubre, Colombia se viste de gratitud para celebrar a su patrono, San Luis Bertrán (1526–1581), un misionero dominico que dejó huellas imborrables en la historia de la fe de nuestro país. Su vida fue una entrega total a Dios, un testimonio ardiente de amor por los más pobres y una voz valiente en defensa de los pueblos indígenas.

Nacido en Valencia, España, en 1526, Luis Bertrán creció en una familia profundamente cristiana. Desde joven sintió el llamado a servir al Señor y a los 18 años ingresó a la Orden de Predicadores, fundada por Santo Domingo de Guzmán. Fue ordenado sacerdote por Santo Tomás de Villanueva, quien pronto reconoció en él un alma llena de celo apostólico y una fe sin límites.

Su sabiduría espiritual era tal, que incluso Santa Teresa de Jesús pidió su consejo sobre la fundación de un convento. San Luis, después de orar intensamente, le aseguró que Dios bendeciría su obra y que sería una de las más importantes de la Iglesia, profecía que con el tiempo se cumplió.

Un Misionero del Evangelio en América

En 1562, el joven fraile obedeció al llamado misionero y partió hacia el Nuevo Mundo, llegando al puerto de Cartagena de Indias. Allí comenzó una de las misiones más fecundas de la historia de la evangelización. A pesar de no conocer las lenguas nativas, Dios le concedió el don de lenguas, de modo que los indígenas lo entendían perfectamente cuando predicaba.

San Luis caminó por tierras de Tubará, Paluato, Portavento, el Bajo Magdalena y Santa Fe de Bogotá, anunciando la Buena Nueva, bautizando a miles y defendiendo a los nativos de los abusos de los encomenderos. Su amor y su sencillez conquistaron corazones, y su oración fue fuente de milagros.

Los relatos cuentan prodigios como el del vaso de veneno que se rompió en sus manos al bendecirlo, o el del arcabuz que se convirtió en crucifijo cuando un hombre intentó matarlo.

Estos signos no solo revelan su santidad, sino la fuerza divina que acompañaba su misión.

Maestro, Profeta y Santo

Tras varios años de intensa labor, San Luis regresó a España en 1569 para formar a los nuevos misioneros que continuarían su obra evangelizadora en América. Su vida se fue consumiendo entre enfermedades y oración, pero nunca perdió la alegría ni el ardor por anunciar a Cristo.

Antes de morir, colocó en la puerta de su celda una frase que resumía su espíritu:

“Si tratase de agradar a los hombres, no sería siervo de Jesucristo.”

El 9 de octubre de 1581, el santo misionero partió a la casa del Padre. Fue beatificado en 1608 y canonizado en 1671 por el Papa Clemente X, quien lo declaró Patrono del Nuevo Reino de Granada, actual Colombia.

Por su incansable trabajo en España y América, la Iglesia lo llama “El Apóstol de Dos Mundos”. Su vida continúa siendo un ejemplo de fe viva, entrega total y amor sin fronteras.

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