“Las palabras amables son como la miel: dulces al alma y saludables para el cuerpo.” – Proverbios 16:24 (BDH)
Lo que decimos, revela quiénes somos
Cada palabra que pronunciamos tiene el poder de construir o destruir, de curar o herir, de unir o dividir. Las palabras no son neutras: nacen del corazón, y en ellas se refleja lo que habita en nuestro interior. Por eso, cuidar lo que decimos es una forma concreta de crecer en libertad interior.
Jesús mismo lo dijo con claridad:
“La boca habla de lo que está lleno el corazón.” – Lucas 6:45 (BDH)
Hablar con verdad y amor es un acto espiritual. Es expresar lo que creemos y sentimos sin dañar, sin manipular, sin herir.
El arte del silencio y la palabra justa
Vivir con atención a lo que decimos no significa callar todo el tiempo, sino saber cuándo hablar, cómo hablar y para qué hablar. A veces el silencio es más sabio que mil palabras. Otras veces, una sola palabra dicha con amor puede transformar una vida.
San Pablo aconseja:
“No digan malas palabras, sino sólo palabras buenas y oportunas, que ayuden a crecer a los demás y traigan bendición a quienes las escuchen.” – Efesios 4:29 (BDH)
Esto implica rechazar la crítica destructiva, el chisme, el juicio rápido, las palabras impulsivas. Y al mismo tiempo, cultivar palabras que animen, corrijan con ternura, expresen gratitud, consuelen o simplemente escuchen.
La palabra que sana
Una persona libre por dentro es capaz de hablar sin miedo, sin ira y sin doblez. Su palabra es clara, firme, respetuosa, y brota del deseo sincero de hacer el bien.
Cuando nuestras palabras nacen de la verdad y están guiadas por el amor, se convierten en medicina para los demás.
En un mundo saturado de ruido y palabras vacías, recuperar el peso espiritual de la palabra es parte de nuestra renovación interior.
Práctica espiritual: Custodiar la lengua
Durante esta semana, te propongo un ejercicio:
- Antes de hablar, haz una pausa y pregúntate:
- ¿Esto es verdad?
- ¿Es necesario?
- ¿Es útil y bondadoso?
- Al final del día, haz un breve examen de conciencia sobre tus palabras: ¿A quién herí? ¿A quién edifiqué? ¿Qué silencio evité por miedo? ¿Qué palabra no dije con amor?
Para meditar y orar
Señor, pon un guardián en mis labios.
Que mi boca no hable desde la ira ni desde el orgullo.
Enséñame a decir la verdad con humildad
y a callar cuando el silencio es sabio.
Que mi palabra sea luz, consuelo y bendición.
Amén.
John Angulo