Mientras damos los primeros pasos en nuestro camino de la cuaresma, en nuestro morral de caminantes encontramos enseguida la página guía del Deuteronomio.
Una página que nos revela a un Dios que al mismo tiempo que nos entrega las llaves de la casa, nos da a conocer también su deseo más profundo: ‘Elige la vida’.
Una página que extiende los horizontes, que interpela el sentido de nuestro caminar, que no deja ninguna duda acerca de la intención de Dios.
‘Para que tú vivas y te multipliques’
Lo que Dios quiere es la vida de cada persona, no sólo la vida necesaria, sino la vida multiplicada, en abundancia.
‘Pero si tu corazón se resiste y no obedeces, si te dejas arrastrar y te postras para dar culto a dioses extranjeros… perecerás sin remedio’
¿Qué significa este ‘resistir’ o ‘echar para atrás? Para cada persona puede tener un matiz diferente. Puede ser mirar el pasado con nostalgia y no mirar el presente, el tiempo es el espacio en el que se juega nuestra salvación.
El pueblo al que Dios le habla está a punto de entrar en la tierra prometida, por tanto es un pueblo que ya ha hecho la experiencia de la disponibilidad de Dios para que no perezca ni en Egipto ni en el desierto.
Pero el pueblo sospecha de Dios. Cree que sus mandamientos no son de libertad sino de sometimiento. Le cuesta la obediencia propia de un hijo. Y se pone más a la defensiva.
Por eso este leemos este pasaje al comenzar la cuaresma. No hay camino de seguimiento si no se es consciente de lo que Dios pide y a Dios nos lleva, de cuáles son sus intenciones.
No hay camino de seguimiento sin discernimiento y elección por la vida. Una elección que se apoya en el reconocimiento de que Dios tiene un propósito: la vida, no la muerte.
Mientras el Dt nos pide no echar para atrás, Jesús en Lc nos pide convertirnos al escándalo de la cruz. De esto depende el discipulado, está en su centro. No hay seguimiento de Jesús si no se abraza la cruz.
El contexto es el de la confesión de fe. El problema no es que Jesús sea el Mesías de Dios, sino cómo él lo será. Él es el Mesías de Dios porque no se salva a sí mismo. No es el mesías que se acomoda sin más nuestras expectativas.
El evangelio nos recuerda que no basta con haber hecho una elección por la vida, uno tiene que permannecer fiel a lo que ha elegido, momento tras momento, paso a paso.
En estos pocos versículos releemos la experiencia de las tentaciones de siempre, a las que Jesús fue sometido primero y todo discípulo después.
También el discípulo, como su Maestro, estará tentado de salvar su propia vida, de querer ganar el mundo, de llegar a la gloria sin pasar por la cruz.
‘Si alguno quiere venir detrás de mi’
‘Si alguno quiere…’. La cruz no se impone, se propone.
Nuestro camino de discípulos se caracteriza por un poner nuestros pasos en las huellas de Jesús. Esa es nuestra elección.
Y para que este caminar no sea vacío, Jesús pone tres condiciones:
Uno, niéguese a sí mismo
Nos pasamos la vida tratando se afirmarnos a nosotros mismos. Y esto por un miedo radical que habita nuestro corazón. Miedo que nos hace temer nuestros límites y nos impide la experiencia del amor de Dios que nos acoge precisamente en nuestros límites.
Negarse no es volverse nada, es saber elegir.
Dos, tome su cruz cada día
Es el mayor acto de libertad: echarse la propia vida sobre las espaldas, no sacarle el cuerpo a las adversidades y a cada una hacerle el camino de la cruz.
En Lucas se especifica: ‘…cada día’. Las batallas no se vencen de una sola vez. Es una tentación el dejarse vencer por una pequeña derrota o dificultad. Cada mañana decido recomenzar con pasión.
Tres, sígame
No caminamos solos, lo hacemos con la mirada puesta en Jesús. Es nuestro compañero de camino. De él aprendemos a resucitar la cruz, haciendo propias sus actitudes.
Hacemos nuestro su camino como él hizo suyo el nuestro.